29 de agosto de 2010

Único testigo: Una calle en Envigado

Tenía la mejor vista dentro del bus. La última silla en el rincón me dejó detallar cada pasajero, sin tener que ser yo, observada también. Me arrullaba la música de Iván y sus bam bam, y el bombillo amarillento que iluminaba el pasillo, me dejaba ver las sombras de las gotas del aguacero, que aún permanecían pegadas en las ventanas.

De repente ella se subió. Una morena de cabello corto y chuto pero muy bien planchado. Sus facciones gruesas resaltaban con su silueta delgada. Ella se veía serena, ningún rastro de frio en su rostro.

Treinta minutos después, se puso de pie, se colgó el bolso y lo puso bajo su brazo. Me ubiqué detrás de esta morena tan particular y esperé a que bajara del bus. El piso mojado me grito que fuera cuidadosa, si no quería embarrarme o pisar uno de tantos huecos en el andén.

Al cruzar la cuadra hacia la izquierda aumentó el ritmo de sus pasos y entró en una casa gris, de dos pisos. Un momento después, comencé a escuchar gritos perturbadores pero dos minutos fueron suficientes para escuchar el silencio total en toda la cuadra.

La morena salió despacio y en silencio con una bolsa negra en la mano. La tiró con el resto de la basura en la calle. De repente, un perro callejero se acercó a la basura, minutos después, y al oler la bolsa negra, cayeron unas gafas manchadas de sangre fresca. El perro las olió, pero rápidamente se alejó. El frío inmovilizó el ambiente de esa calle de Envigado. Allí nadie vio ni escuchó nada. Las gotas de agua continuaron cayendo de los árboles y el viento de la noche se paseó tranquilo por la cuadra.

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